viernes, 8 de agosto de 2014

7


Me gustan las siete de la mañana.
Ni los autos molestan
cuando aún van aletargados por el tiempo recién despierto.
El tiempo que despierta con la gente
y la gente que como es poca, todavía está hecha de personas con sueño.
Cómo me gustan las siete de la mañana.
Pensar que al trasnochar quiero demorar al alba
y cuando el alba suspira de repente
cae rendido el peso a la emoción.
La promesa de todo lo que amanece
es la hora siete de la mañana,
la potencia de lo que es en potencia,
¡ay cómo me gusta lo que no ha sido y aún podría ser!
La hora perfecta e intocada,
más aún, cuando me toca
sigue siendo perfecta.
Cómo me gustan las siete de la mañana.
El punto es más célebre,
la coma es más pausada ,
tengo la cara más pálida y las ojeras donde van.
La vigilia es frágil
Como para quebrar ante los colores
y despachar sueños,
Ahí van:
Uno, dos, mil.
Una sala con vida
y de gusto exquisito,
sólo le otorga eco a los coros:
las aves y los caracolitos,
los follajes que se desperezan para siempre
una sola vez,
y una les queda oyendo hasta morir.
Casi no me creo el lujo
de ser testigo.
A mi me da como una vergüenza,
la que sentí cuando de niña
me pusieron al lado de mi noviecito
y sólo estarle cerca me bastaba
para acelerar todos los péndulos
con el corazón.
Ay de las siete de la mañana,
Las del invierno y las de verano,
Tan llenas que se desbordan
Y prestan beatitud.
Yo me dejo,
Al frío punzante y acogedora la tibiez,
total…

ambas me atraviesan.