martes, 2 de septiembre de 2008

Despertar

Una serie de señales escondidas en mi acotada percepción cronológica se hacen evidentes y cobran sentido. El miedo a una psicosis seria intenta encerrarme, pero es más grande aún. Mis pensamientos desesperan por convertirse en lenguaje, no pienso en palabras o enunciados, no siento en segundos, soy momentos y revelación.

La lechuza dorada de Atenea que se me acercó en sueños toma vida, cobra vida como el símbolo más importante de mi existencia, el sentido de ella, el despertar de mi esencia.

Siento la obligación de comunicar, porque por alguna razón elegí mi carrera, luego de pasar por el más profundo de los infiernos para mi psiquis inmadura, de arribar a las conclusiones erradas, de escribir con poca sustancia.

Hay un cambio radical en la percepción, y este nuevo paradigma se acota mientras intento ponerlo en el mundo del léxico. El lenguaje va a cambiar para adaptarse a este despertar supremo.

Confundido plenamente con inspiración, nervios u otras sensaciones absolutamente terrenales, mi cuerpo comenzó a cambiar en su metabolismo hace ya cuatro semanas, y comencé a enunciar que “hay algo que debo destruir” hace un poco más de tiempo atrás. Creí que sería alguna vertiente dadaísta, algún otro entrevero cultural mezclado con mis circunstancias, pero eso creció. Es ahora demasiado grande, pero abarcable, y mientras escribo descubro la cordura, comprendo, veo. La medida cronológica del tiempo se ha esfumado, y para hacerlo más gráfico, siento que cambié el lente de mi cámara de un 50 mm a un gran angular.

Anoche tuve un momento sagrado, alguien me despertó, mientras ese momento se desarrollaba, tenía miedo de perderlo, de que fuese sólo un instante de despersonalización y elevación del bien y del mal, de toda estructura racional, un instante superior, único e irrepetible, pero hoy no puedo salir de allí. El cambio llegó, el cambio de paradigma, el despertar, la finalización de una era. Necesito despertar a los muertos.