domingo, 23 de noviembre de 2008

“Discursos a la nación alemana” de J.G Fichte (1762-1814) Discurso III, y mi respuesta.

Las invasiones napoleónicas fueron una coyuntura fértil para la exacerbación de este sentimiento nacionalista, como una reacción defensiva, que buscaba evitar una fusión con pueblos invasores. La afirmación del pangermanismo ( alborotado por las invasiones en Prusia) y que viene desde los pulmones de un intelectual como Fichte llamando a la firmeza de la voluntad, es una buena combinación para lograr que los alemanes se levantasen en armas frente a los franceses. Su visión exclusivista es también una fuente de confianza para los alemanes, quienes se sentirían (como ya nos ha repetido la historia), un pueblo prodigio y excepcional.
Fichte desarrolla de esta manera un consecuente razonamiento que llama a la acción mediante la identificación y evidencia de un virus, para el que parece tener la cura. No está llamando en estos textos al coraje ni al sentimiento, así como tampoco a las “masas vulgares”; su propuesta rebosa, cultura e intelectualidad como pilares básicos para comprender y acompañar al autor en su recorrido.
Los problemas:
El egoísmo: Para Fichte, la pérdida de la independencia política alemana reside en el egoísmo. Por esto se refiere a la prioridad de los intereses individuales por encima del bien supremo; el egoísmo se habría apoderado de los gobernantes, que en su vanidad, olvidaban la preeminencia de la raza germánica como una unidad.
La pasividad: Denuncia la cobardía de los alemanes al no querer enfrentar al mal. Lo que quiere es esclarecer la mala condición en que el pueblo germánico se encuentra, para llamar a la acción por “fuerzas propias”. Llama al hombre viril dispuesto a comprender y a solucionar.
La educación antigua: La presenta como ineficiente y equívoca, fallida en estimular moralmente a los discípulos. El error para Fichte se encuentra en creer que la educación debe ser moldeadora, pero no constitutiva. La describe débil, fuera de vigencia y eficacia para los cometidos del “alemanismo”.

Las soluciones:
El hombre nuevo: Fichte quiere mejorar al hombre a su juicio. Considera que el egoísmo es precisamente “malo”, por lo que esta raza mejorada debe superarse y alcanzar el amor al bien por el bien, pero principalmente, jamás querer otra cosa más que “el bien”.
La educación nacional alemana: la finalidad de ésta educación es recuperar el espíritu germánico, erradicar el egoísmo de una forma particular: suprimiendo la libertad de la voluntad. Expone una concepción antropogénica, que necesita de determinadas condiciones para llevarse a cabo; el estudiante debería ser extraído de su núcleo y comunidad, de manera que no tenga contacto con ningún tipo de juicio egoísta.
Debe excitarse la intelectualidad del discípulo, mientras se le inculca la “racionalidad” de determinados valores e ideales. La educación funcionaría de forma que esos ideales fuesen los obvios, los únicos concebibles, doblegando de esta manera a toda desviación posible.


Respuesta al autor

No son pocas las oportunidades en que me encontré en un brete por mi reacción colérica ante los comportamientos que llamo “sectarios” (exclusivistas). Éstos se disfrazan de pueblos, de naciones y de culturas milenarias para esconder o no un complejo de superioridad que degrada a la condición humana.
Fichte me pone nerviosa, se me hace una distorsión lamentablemente real de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley. Puede decírseme que el contexto en que el autor escribió tales afirmaciones es un factor influyente para el pensamiento nacionalista y adoctrinador que desarrolla, pero me niego a excusar su visión paternalista, elitista y falsamente disciplinaria, dado que considero que el hombre no está determinado por la situación que le rodea.
Comenzando por la idea de la educación que Fichte propone, salta a la vista que si afirma que la motivación moral de los alumnos confiere la imperfección educativa del sistema vigente en ese momento, no se puede eliminar la libertad de la voluntad para corregir dicho sistema. La voluntad y la libertad están de la mano, siendo que, en mi opinión, la segunda confiere un “mandamiento” de la primera. Lo que debo y quiero hacer están ampliamente relacionados, pero aún así fragmentados a merced de cada individuo que se ha de respetar como un paradigma. El nacionalismo tiene la hermosa ventaja de unificar grupos, pero en su extremo, porta la aberrante amenaza de querer fundir “ejemplares” en uno solo.
El respeto a la nación germánica debería ser para cada persona en particular, siendo que de otra manera estoy buscando no más que “ceros” adiestrados para responder a una orden. Tal como un can o una máquina.
¿Acaso Fichte no debería pensar en que en la medida en que él “educa” a sus discípulos con todos esos intereses que él considera “buenos”, está depositando sus propios intereses? ¿El bien supremo del pueblo germánico sólo debe valerse de levantarse en armas frente a los franceses?

Ésta forma de adiestrar mentes jóvenes me parece perversa y arrogante, ya que el mismo Fichte no puede tener idea de los contenidos que los alumnos deben recibir, más que aquellos que continúen exacerbando la acotada idea de que el alemán es superior e inexorable de determinados derechos que el mundo le confiere, beneficiando al autor y sus semejantes, multiplicando una idea falaz.

Libertad

Luego de leer algunos autores, y mediante la confrontación o complementación de ellos, he intentado generar una síntesis lo más acertada posible (a mi parecer) acerca de la libertad. En esta instancia, trabajaré principalmente sobre Isaiah Berlin en contrapunto con J.G. Fichte, e intentaré integrar algunos elementos de la “Teoría de la justicia” de John Rawls a la libertad como la concibe el primero.

Si bien he logrado un aprendizaje de toda esta lectura, he también encontrado ideas ampliamente discordes a las mías, las cuales me parecen igualmente valiosas, y por esto encuentro importante exponerlas aquí.

Isaiah Berlin hace una diferenciación muy clara entre dos tipos de libertad: la idea de

libertad positiva y libertad negativa. La libertad en su sentido positivo nos habla del margen de posibilidad que yo tengo de autodeterminarme y decidir según esto, lo que quiero hacer. Es decir, dentro de mis posibilidades (no soy menos libre si por ejemplo, no puedo volar sin alas), yo soy libre de ser y hacer lo que deseo, como de tener mis propios fines, que no estén condicionados por los fines de otro, los cuales intentaré conseguir por medio de mi voluntad (si la distancia que separa a la voluntad de la acción es una norma externa que prohíbe la concreción de aquel fin, es otro tema que nombraré a continuación).

El siguiente sentido de la idea de libertad es la libertad negativa. Entendemos por esta al espacio que yo tengo para hacer algo sin que otra persona, norma o institución interfiera. La intervención de un agente externo sobre lo que yo deseo hacer posee además un límite, el cual yo acepto, detrás del cual no habría pérdida de libertad.

Ahora bien, ¿cuál es la idea de libertad defendida por Fichte en el número III de sus “Discursos a la nación alemana?”. El filósofo alemán expone una propuesta de transmutación de la educación antigua (a la cual cataloga como débil, ineficiente) en pro de conseguir mediante este cambio (de la educación de los antiguos a la “educación nacional alemana”), hombres viriles absolutamente desprovistos de egoísmo y rebosantes de espíritu germánico cuya voluntad esté enteramente condicionada para funcionar de acuerdo a tal fin mayor: el del alemanismo. En este caso, dónde las libertades individuales parecen connotar un pecado (egoísmo), el filósofo se presenta como un iluminado que sabe mejor que los hombres, lo que es bueno para ellos. Esto es llamado paternalismo. Además, podemos dilucidar la concepción que Fichte tiene del hombre, que no parece ser un fin en sí mismo, sino tan sólo un medio para un fin supremo, comunitario, lo que paradójicamente se asemeja mucho a lo que dice Benjamín Constant acerca de la libertad de los Antiguos [1] (abandonar la educación antigua para adoptar la libertad antigua es en mi opinión un sinsentido).

Ahora bien, la educación nacional alemana que Fichte propone, dedicada a determinar la voluntad de los individuos, constituirlos y no moldearlos, es una entera pérdida de mi libertad positiva, por lo cual considero que es esencialmente mala. El individuo cede toda autonomía para convertirse en heterónomo, es decir, meramente regulado por factores externos, a lo que Berlin responde (y en mi opinión, con mucha razón) que “lanzarles hacia fines que el reformador social ve (…) es negar su esencia humana, tratarlos como objetos sin voluntad propia y, por tanto, degradarlos”.

La situación se vuelve un poco más compleja cuando Berlin ilumina la muy conocida diferenciación que vive dentro de los hombres: el “yo superior” (el que actúa meramente mediante la razón) y el “yo inferior” (corrompido por deseos irracionales, pasiones, miedos). Es aquí dónde Fichte se apoyaría, para decirnos que el “yo inferior” de los alemanes los ha dirigido por el camino del egoísmo, mientras que el “yo superior” (inicialmente adormecido) debe ser estimulado, avivado mediante la educación alemana. Los hombres serían inconcientes de su condición dominada por la irracionalidad, por lo que luego darían cuenta del beneficio que la educación de Fichte les habría otorgado. Es decir, el “yo superior” de Fichte quiere imponerse sobre el “yo inferior” de los hombres, y además también sobre el “yo superior” de los mismos, ya que quiere coartar la libertad de la voluntad. Esto significa que aún mediante la razón, sólo podrán querer lo que Fichte quiera que quieran. Con todo este laberinto de palabras quiero decir sólo una cosa: Fichte considera que su voluntad debe ser la de todos, y se siente en derecho de controlar a todos los “yos”, por lo que concluyo que el efecto retroactivo de esta actitud es evidente. El egoísmo en Fichte no es erradicado, sino que tan sólo aumenta en escala; mediante la pérdida de libertad positiva, los hombres ya no son hombres (ni más ni menos egoístas), sino instrumentos para los fines de Fichte. El “yo inferior” de este filósofo se disfraza de “superior”, calumniando el valor humano.

Habiendo formulado este razonamiento, en el que la razón de un individuo no puede ser impuesta sobre otro sin antes haber educado a la voluntad en el arte de elegir por y según uno mismo, creo que puedo concluir en la importancia de la educación como el instrumento que sirve para aprender a discernir. Esto es, de acuerdo a Berlin combatir la ignorancia[2] y fomentar el ser auténticos a la naturaleza individual de cada uno, sin querer constituirlos, alcanzando el máximo de libertad positiva posible.

Considero que el instinto de poder de los hombres es ineludible, por lo que creo que la libertad negativa juega un importante papel. De no existir leyes, nos encontraríamos en una constante historia de sometidos y sometedores, por lo cual la coerción, la intervención de autoridades en algunas actividades de los hombres estaría garantizando la manutención de las libertades individuales. El problema se encuentra en saber hasta dónde esta intervención está bien. ¿Cómo podríamos decidir la colocación de este límite de la forma más acertada posible? Pues en mi opinión, John Rawls nos ofrece un aporte interesante.

En su “Teoría de la justicia”, Rawls presenta el concepto de “la posición original” como una herramienta para decidir ciertos valores básicos de justicia, dónde los hombres estarían bajo un velo de ignorancia (esto es, no conocer su situación económica, social, estar desprovistos de toda información particular[3]) el cual solamente incluye la noción de justicia. Creo que de todas formas, la noción de justicia no puede ser la única, sino también un conocimiento histórico y de los valores contemporáneos han de estar incluidos. De esta manera (en mi opinión), se elimina el egoísmo de Fichte, así como la repercusión de mi “yo inferior” sobre las decisiones que se tomen, y se podrá establecer un colchón de garantías básicas para todos, que consideremos justas, definiendo la cuota de libertad negativa que todos los individuos tendrán por igual. Esto incluye, por ejemplo, la necesidad de la intervención del estado en garantizar educación y una supervivencia digna (comida, techo, salud) para todos. Solamente a partir de esta instancia, y mediante la concepción de justicia, se puede recortar la libertad negativa, estableciendo un límite entre lo necesario y lo contingente (el estado sólo podría intervenir en pro de lo necesario).

Sin haber encontrado ninguna gran verdad, creo que el recorrido que he hecho me ha librado de una gran cuota de ignorancia acerca de la relación entre las leyes, la naturaleza humana y la educación en cuanto a la libertad. Siendo que mi respeto a la vida es una premisa, considero que la suma de libertades individuales conforman la libertad de la comunidad. Parte de respetar la vida es respetarla en todas sus variedades, no pelear por la igualdd, sino por la justicia, que nos hace a todos más libres. Partiendo desde este lugar básico, no hay más nada que hacer; las personas son libres también de ser presas por sí mismas.



[1] Si bien no creo que las libertades individuales sean tan claramente consecuencia del comercio, es evidente que la libertad de los modernos ha evolucionado hacia la valoración del individuo. Constant afirma que los antiguos “creyeron que todo debía ceder en presencia de la voluntad colectiva, y que todas las restricciones individuales serían ampliamente compensadas por la participación en el poder social.”

[2] “El conocimiento libera, no sólo dándonos más posibilidades entre las cuales podamos elegir, sino preservándonos de intentar lo imposible.”

[3] “Debemos asegurar, además, que las inclinaciones y aspiraciones particulares, así como las concepciones que tienen las personas sobre su bien no afecten los principios adoptados” J. Rawls “Teorías de la justicia”, pág 36