martes, 29 de noviembre de 2011

Gracia

Cargué de café mi leche desnatada y lo tomé a un ritmo moderado. Aunque volaba de ganas de irme. Salí de esa caja donde me sentí lo más blackbird en los mejores días y levanté la bici para bajar los tres escalones del deck de madera. Me despedí con un grito y acomodé el ipod en el canguro. Me aseguré de que no se fuera a caer. Di vuelta a la esquina y ya el sol se dio de cara a mi sonrisa. Apenas pasé la primera subida me dejé acelerar y volví a subir con impulso. A la segunda bajada me miré con los árboles y se abrió un episodio de embeleso. No volví a mirar si no hacia delante con la brisa al galope a ambos lados del cuello. La aceleración era constante y me dio la sensación de estar suspendida. Cuando pensé si caería por ir tan rápido sonreí porque era imposible. Se me devolvió la facultad de ver los significados y me convertí en esa fortuna. Las ruedas y el círculo tras el que un ave de gigantes alas negras volaba tomaron mi atención y así atravecé la puerta a ese espacio tiempo de cristal. La piel se despertó como un ser aparte de mi para contar que recibía luz y calor con intensa perfección. La sinestesia sucedió y respiró mi suelto pelo, oí entre los ojos y saboreé tras el esternón. Iba rápido y me demoré por un perfecto registro de un árbol y el rayo entre las hojas que regaló un flair supraterrenal a través de mis lentes de sol.

Acompañé la curva y me relamí de ojos cerrados. Pensé en cuán mediocres son mis ojos habitualmente. Por fin reconocían un lugar hermoso. Llegué a casa y cambié los libros, la billetera y el abrigo por una botella de agua. Volví a ponerme la mochila y salí. Sonó mi celular y no atendí. Estaba éste otro llamado.


1 comentario:

Isabel dijo...

"Se me devolvió la facultad de ver los significados y me convertí en esa fortuna."

Faaa...

Hermoso.

Besos!