Hace
unos años tuve una experiencia inusual y ciertamente transformadora, un estado
de consciencia que solía ser fugaz y más leve, hasta aquel momento. Algo que
creí que era un golpe de inspiración que persistió.
Aquel
estado que comenzó en 2009 favorecía la creatividad a la hora de hacer música, a la hora de dibujar
y más aún a la hora de percibir y pensarme. Una sensación de sincronización
entre ser y crear. Simultaneidad entre ellas.
La
relación con el tiempo llamaba mi atención intensamente, sentía percibir el
infinito, estado que ahora, palabra mediante, no logro evocar. Experimenté
sueños premonitorios, agudización de la empatía y la profunda percepción del
otro, estado de gracia y plenitud.
Un
atisbo de éstas experiencias se presenta antes de mi actividad creativa,
precede al momento de por ejemplo, la poesía. A veces ligado a la escritura ó a
veces también a la lectura. Creo que podría relacionarlo en general con un
momento de repentina comprensión de algo y atención optimizada.
Aquello
había comenzado una noche delante de la computadora, cuando extrañamente
alterada por la presencia del mismo árbol de siempre tras la ventana de mi
estudio, comenzó la vivencia . En ese momento dispuse la atención de mis
palabras a describir y capturar qué emanaba de aquella imagen que se
relacionaba conmigo a través de la emoción. Tras el velo de la apariencia del
árbol, como otras veces, leía un símbolo.
El tiempo parecía detenerse conmigo,
igualmente erizado. El Yo se disolvía expandiéndose muy más allá de mi cuerpo
físico, una sensación de identificación con una vasta red de información confusa que a su vez llamaba a mi frecuentemente habitada mente, al silencio
de pensamiento.
Sobre
mi escritorio vi un reloj de arena, souvenir de algún festejo de
15 años que mi hermano trajo a casa. El reloj machucado estaba detenido, con
arena arriba y abajo, esa fue la primer sincronicidad. O sea, simultaneidad de
dos eventos de forma no causal y relacionados por el significado (C.Jung), que
a su vez relacionan el mundo interior con el exterior.
Esa
madrugada apenas intenté describir lo que se me presentaba en un archivo, pero
con una cuota de miedo me acosté a dormir con la esperanza de recuperar
claridad y expresar lo sucedido a la mañana siguiente. La experiencia era de
una intensidad inusitada para mi, que contaba en mi haber con experiencias
gratas bajo la influencia de sustancias, pero no antes alcanzables en éstas
condiciones.
A
la mañana siguiente el descanso había sido completo y “despertar” traía consigo
un nuevo significado. También traía un sueño:
Anduve
por un bosque a los saltos, las copas de los árboles principalmente me llamaban
con toda naturalidad. Entonces apareció un sobre, flotaba sin que yo lo tuviera
que sostener, y “yo“ no sé qué era. Pero
veía. El sobre de enorme magnitud se abrió y dejó ver una hoja en blanco. El
orden de los sucesos se intercalaba, era, si pudiera describirlo con palabras,
simultáneo. Mientras saltaba y planeaba de una rama a la siguiente, descubría
tras el follaje una letra que además aparecía sobre la hoja blanca del sobre. Y
así seguí, salto a salto despeinando ramas y liberando las doradas letras hasta
develar su mensaje.
La
carta dijo “Has sido invitada”.
Esa
mañana mi respiración era más plena que usualmente. Mis sentidos se
relacionaban muy sinestésicamente, el pensamiento parecía ordenado y
constantemente poético. Funcionaba con mayor integridad e integración.
Escuchaba la misma música que ahora mismo, las versiones de Jacques Loussier de
las Gymnopedies de Erik Satie. Obras que hoy juzgo de profundidad y levedad por
siempre anhelables.
Salí
de casa expectante, todo podría apagarse tan repentinamente como se había
encendido, sin embargo la información fluía aún libremente y regalaba su
vastidad.
Jamás mi soledad había sido tan profundamente halagada, por lo que la
elegía.
Caminé
hasta una estación de servicio en aquel estado, calma y conmovida por las
personas y los sonidos. Cuando llegué, a mis pies brillaba una laminada y
anaranjada entrada de cine sin usar. “La revelación “ era el nombre de la
película que alguien nunca llegó a ver. Apenas sonreí en aquel estado de
ensueño, dudé de qué significaba estar despierta, la sincronicidad se
naturalizaba. El aire parecía cargado de intención.
Tuve
la extraña sensación de que la habitual percepción se invertía. Como si yo fuese
el mundo que ésta vez me miraba a los ojos. La expansión traía júbilo y
liberación.
En
ese entonces también la calidad de los recuerdos cambió. Como si cierta zona de
los pensamientos estuviesen escondidos, olvidados y sólo se abrieran para su
correspondiente formato de conciencia y comprensión. Entonces recordaba sueños
y palabras recónditas que además me alimentaban en mayor y mayor profundidad,
haciéndome más liviana.
Soñé
un Buda azul y una lechuza dorada. También soñé vacas de once pisos de alto.
Investigué aquellos símbolos maravillada por
el instrumento de la internet. Una red de información no física que nos conecta
e invita a comunicarnos cada vez más a pesar del espacio. Nos comunica con
proyecciones del otro, nos entrena (pensé en aquel entonces) para la telepatía.
Me sentí abrumada por aquella sensación de sentido que relacionaba unas
cosas con las otras y a mi Yo con el exterior, ahora indiferenciados. Me hice
de la constante compañía de “Así habló Zaratustra” de Nietzshe, escritura que
nunca antes había leído de ésta forma. Nada había leído antes de ésta forma.
Mi
cerebro parecía estar enormemente más abierto para el aprendizaje y la
contemplación, así como caía en pensamientos que me hubieran excedido en
cualquier otro momento respecto a la ilusión del tiempo, la ínfima utilización del
potencial humano y un intuído rumbo de la evolución. Inspiración.
Así
me encontré con Teilhard de Chardin, del que hice una lectura vergonzosamente
escueta en cuanto a su investigación científica, pero sí identifiqué en su
pensamiento acerca del punto Omega un camino parecido al que mi intuición
buscaba.
Ésta
experiencia transpersonal sugería que un día el hombre, omnisapiente y omnipresente,
descubriría que él habría sido siempre un camino hacia la identificación de
aquel Dios. Internet seguía emocionándome, como una plataforma de información
conectada que favorecería éste salto. La introspección finalmente acabaría en
esa revelación. Quizás Dios sea sencillamente nuestro potencial.
Me
perdí en personas, paisajes, poesías y canciones como nunca antes. Pregunté por
qué cantaban éstas aves en mi ventana y oí su pedido de que otros despertaran.
Una
noche de aquel verano en el frente de mi casa miré al cielo y en silencio pedí
una estrella para confirmar que esto fuera una orden cierta, estrella que seguidamente apareció y me ganó una lágrima.
Sincronicidades
de creciente belleza.
Asusté
a mi madre con mis palabras, que cumplían algunos requisitos de diagnósticos
psiquiátricos amenazantes, pero me preparé también para explicarle lo fácil que
puede ser confundir una cosa con la otra. Mi experiencia me hacía segundo a
segundo más profundamente sana. Y en Oriente habría sido comprendida de otra
forma. Mantuve a mi ego encauzado, hubiera sido peligroso dejarlo adueñarse de
la experiencia y caer en el “YO SOY” que desata tantas formas de locura. Yo sólo estaba siendo atravesada.
Escribí
y gocé lo que nunca antes.
Y
ya mi vida había sido transformada por ésta comunicación con la
naturaleza de la realidad. Un tejido de información milagroso y dotado de la
sublimidad de su sola existencia.