miércoles, 29 de agosto de 2012

Femineidad


Se me ocurrió hablar de la brasilera un día mientras miraba una obra de teatro. En silencio la obra me irritaba. Padecía todas las mediocridades del medio. Pensé en pararme pero admití mi cobardía y callé para filtrar un pensamiento: las actrices aquí se dedican al griterío y a ser buenas en la cama pensé con malicia sin siquiera considerar que mi declaración generalizaba injustamente. A todos nos divierte juzgar duro a veces, quizá por eso me encontré sentada frente a la fácil actuación de aquella rubia. La brasilera debe haber cumplido ya sus veintiocho, recuerdo que una excepción del invierno regaba sol en su pelo, el calor evaporaba su perfume y me lograba alcanzar. Me contó aquella tarde toda su historia de amor no correspondido, se esperanzaba en el recorrido de sus palabras delicadas para tropezar una y otra vez con la gélida distancia que él le había impuesto. Entonces lloraba la brasilera con sus ojos color miel y la boca apenas hinchada y húmeda en su fantasía que disfruté y la frustración que escuché cómodamente abanicada por la brisa. Llevaba poco tiempo en Montevideo pero comprendía con claridad el motivo de su pasaje, quería escribir y rellenar su blog de hambre y sabor a toda su amargura. En Montevideo todos extrañan alguna cosa. Su piel se doraba bajo nuestro signo que me la traía para poderla ver. Yo la conversaba con masculinidad, desesperé por protegerla unas horas, anoté la dirección de su blog en mi libreta pero nunca entré. Ahora con las venas tensas de ésta sinvergüenza a la vista recuerdo su delicadeza divina y aquellas lágrimas densas que hubiera querido besar. Su episodio de angustia terminaba en los zapatitos rojos apoyados sobre el muro y toda su naturalidad de lleno en una pose de Yoga que por supuesto no conozco pero parecía hacerle bien y a mí por transferencia. Le dije que ella no quería amar a ese hombre sino escribir sobre su falta, proyecté sin pudor pero sospecho que ambas instalamos un poco de la otra a través de esa conversación. Organicé instintivamente toda mi habilidad de rescate para sentirme fuerte y poderla convencer. Ella me prestó sumisión y dulzura para permitir mi rol. Entre las hojas advertí pensamientos secretos, se me hizo muy natural aceptar la perversión de recordarla por siempre sin el aro en la nariz. Tus palabras son de almíbar le dije y describí su belleza en detalle para argumentar mi punto. El rechazo nos ata porque somos débiles y estamos rendidos al criterio de los que nos alcanzan. Los que se alcanzan a sí mismos pueden abrazarse y escapar. Imaginé todo su esplendor atado por el cuello a una cucha de perro, le ofrecí mi crudo ejemplo porque mentí haber visto esa imagen en un sueño. Hubiese sido cruel contarle la pena que había logrado inspirar. Cuando alguien se rehúsa a recibir tu abrazo, el piso se abre como un grito para nunca dejarte parar de caer. Renegué de la perpetuación del trauma y ponderé la reconciliación. Una vez más me vi hablarme a mí misma. Ella asentía porque recibía consuelo, mis palabras eran igual de gélidas que las de aquel hombre pero aullaban con distinta intención. Creo que logré lastimarla lo suficiente como para avivar su cerebro y ponerlo a defender su sensibilidad. No, eso me lo hice a mí. Es que continuamente olvidaba nuestras diferencias. Cuando callé estuve aliviada por un rato, con esa sensación post orgásmica de haber cumplido mi trabajo, ella se incorporó y relató nuevamente su historia con el fin de ver que no había sido tan grave. Me contó cuánto disfrutaba creer en el amor y remar en sus pantanos, “es buen ejercicio” me dijo y terminó de sellarse en mi memoria. Me dejé a sus relatos nuevos con mi musculosa hirviendo y sin importar la marca que dejarían en la piel mis lentes de sol. Exhaló con el aliento de la tarde todos sus anhelos y certezas, las inseguridades habían quedado enterradas, hizo suya aquella terraza donde conversábamos y verdaderamente me aniquiló. Revisó mis declaraciones más duras con respuestas frágiles y perfectas, se cuidó de no llegarme a ofender, sonreía tímida pero victoriosa, conocía con el corazón aquello de lo que hablábamos. Negociamos un espacio mejor, nos constituimos un poco, ella acabó el diálogo con una canción instrumental. Sin venas, sin ademanes, sin literalidad, todo claridad y misterio en movimiento, todo ideas y fe.
Sin embargo aquí ésta loca aún violenta la sala, ahora me compadezco un poco… clavo mis ojos en los ojos y desnudo en mi imaginación su elementalidad. Encuentro sin esfuerzo su fineza, enredo mis ideas en su pelo teñido por las luces del escenario y nos confirmo parecer. Creo que recién comprendo la obra.
Esa noche llegué hasta mi hombre con suavidad y tersura. Él había cocinado y se disponía a conquistarme. Terminé con mi distancia y lo recibí de lleno, me sopló camino a las sábanas, así de obvia era mi levedad. Recorrí mis curvas con sus manos sin los reparos del último mes, en el espejo vi mis ojos más rasgados y las pestañas frondosas. Estás hermosa me dijo, recordé aquellas en las que me convertí, me desvestí para lucir mis secretos. Mis mujeres y yo estábamos reconciliadas.

3 comentarios:

Isabel dijo...

Me emociono!

Y esta frase: "Le dije que ella no quería amar a ese hombre sino escribir sobre su falta..."


Por dios...

Abrazo!

Anónimo dijo...

Tremendo!!! Gracias por tus cosas! Estan muy buenas! Saludos!!

f dijo...

interesantes espejos...