domingo, 26 de agosto de 2012

Pesada


El vapor de la sopa me empañó los lentes, sin quererlo me logró irritar. Advertí con asco el contacto de mis muslos entre sí, desplomados sobre el regazo burlón de la silla. Apenas hay lugar en la mesa para él, con su flamante y graciosa virilidad alimenta mi violencia contra el género. Pásame la sal/¿servilletas?/¿todo bien en el trabajo?/¿Traigo algo del supermercado? No me preguntes que me estresa tu incompetencia, no me vuelvas a responder. Un tenedor detrás del siguiente, apenas saboreo al final el primero. Inundo el estómago con líquidos que no necesito, me reprendo con una sentencia a la angustia, el autocontrol es un recuerdo infértil, termino de tragar los caminos posibles de la mesa, escondo el rostro en lo más espeso del pelo. ¿Te sentís bien? Obvio, estúpido no le dije. Repasé la amistosa excusa: “en invierno subimos unos kilos” no me creí una palabra. ¿Tenés planes para la tarde? Matarme a siesta, ¿vos? Bueno, me quedo contigo. Por mi no te preocupes ¿eh? Me quedo porque me gusta. Qué vil puedo ser, amor perdóname. No me hiciste nada. ¿Me notás gordita? Ni cerca. Con la admisión de mi inseguridad llegó la imagen de intensa perfección de Josephine, compañera de trabajo de mi pobre hombre el castigado en casa por mi demencia, ciertamente habilitado a desearla por instinto y necesidad, al fin y al cabo no estábamos teniendo sexo como antes. ¿Con quién te tocó el turno hoy? Pensó el muy maldito y se tocó la boca antes de responder, seguramente tejió una mentirita y dijo con Rodrigo y Belén, si claro, la que tiene 45 y con suerte dos hombres en el cv genital. ¿Nadie más? Josephine hizo la suplencia de la otra doctora que se enferma cada dos por tres. Su nombre retumbó en mi cráneo, me alerté como una fiera en salvaje situación de supervivencia, lo había intuído. ¿josephine? Si, Josephine. El nombre es sexy me quiero morir. Es esa linda, ¿no? Simuló dudar, respondió puede ser. Pregunté si a los muchachos les gustaba, pregunté por qué, le pregunté si a él le gustaba, me preguntó por qué, busqué chocolate, tragué galletas con miel. Me llamé al silencio, Martín pasó al baño. Una vez en la cama reparé en mi histeria. Tiesa bajo la manta lo esperé, me ablandó con un beso. Te amo, me dijo. Paré de pensar y lloré. Estoy gorda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

INCREÍBLE.